lunes, 1 de marzo de 2010

La presión aumenta.(II)

La presión aumenta.
…No podía ser. Él era distinto a los demás, él era un alma pura. Corazón limpio, sensible, ardoroso, pero rebelde contra las humillaciones, irascible cuando veía una iniquidad contra un frágil ser en las manos de otro, que desgraciadamente la naturaleza le había otorgado la teta delantera.

Tengo averiguar que le ha pasado, se dijo. Pues no me ha fallado, sin más, seguro que no.
Al llegar a la plaza del gran general, no iba a ser menos, los corrillos cantaban lo ocurrido. Las lenguas maldicientes impregnadas de los bulos interesados, ya contaban que habían detenido por aquí y allá. Las lenguas más alienadas daban por merecido, todo. Las detenciones, los garrotazos e incluso los muertos. Otros sin levantar la voz para ser señalados, por dedos acusadores, intentaban mediar explicando la protesta no violenta. Sólo pedían pan, el que hoy algunos de nosotros nos comemos, decían. Qué dices tú, terció rápido los gendarmes desperdigando los corrillos. El miedo imperaba por todas las esquinas. Logró ver a su amiga de escuela. Le puso en conocimiento de que habían detenido y aporreado al anarquista, el objeto de su búsqueda desesperada. No supo decirle si estaba bien, ella vio como sangraba cuando lo metían en los calabozos. Hacía allí se dirigió sin pensarlo. De bruces se dio con los gendarmes de puerta, aún sabiendo a qué venía, le mal dijeron que allí no tenía nada que hacer. El maldito anarquista ese, no la molestará más señorita, fue la respuesta recibida a su insistencia, entre risas sarcásticas.


Tenía que buscar la forma de entrar. Pero no podía enterarse su padre. Anduvo trasteando hasta dar con un antiguo pretendiente soldado. Déjame entrar, debo de verlo, tengo que asegurarme de que está bien, le suplicó.


Él sentía dentro su deseo no correspondido, pero era real y sano, no podía dejar de ayudarla.


Así fue como llegando junto al soldado hasta los calabozos, donde permanecía retenido el anarquista, fueron sorprendidos por los gendarmes.
Qué hacéis aquí, traidores. Le dieron unos guantazos a ella, él recibió un culatazo al forcejear con ellos. A ti te fusilarán por traidor, y a ella, bueno a ella. Nos divertiremos un poco antes de que se entere el juez.
Sin quererlo, sin pensarlo, sobre todo eso. Se vio detenida, atada en la pared, recibiendo tocamientos de aquellos malnacidos, que siempre se prestan. Además sabiendo haber comprometido hasta la posible muerte a un chico, que lo único que había hecho era amarla sin recibir a cambio ni una chispa de esperanza.

Todo le salió mal, se dejó llevar por el corazón, y allí estaba oliendo los nauseabundos alientos, de aquellos malnacidos.
No tocadme, inmundos, cuando mi padre se entere…
Tu padre igual no se entera, puedes tener un accidente y aparecer muerta en una acequia, violada y ultrajada. Qué pena nos da el pobre señor juez, se reían…
El juez apareció en casa, cansado y como siempre solía hacer fue a buscar a su hija para besarla en la frente, como todos los días. Le rejuvenecía, le refrescaba la vida con las carantoñas que le hacía a diario. Pero no estaba en la biblioteca, donde solía estar a esa hora. Qué raro, salió sin avisarme? No lo suele hacer, pero bueno no es una niña ya, por mucho que yo no la quiera dejar crecer. Pronto vendrá, seguro habrá algún mozalbete lisonjeándola, bueno ella sabe defenderse…



No hay comentarios:

Publicar un comentario