lunes, 1 de marzo de 2010

The Power. Del Amor.

The Power. Del Amor.

…Espero respuesta señora, balbuceó el marinero. Ella simplemente levantó sus ojos a punto de rebosar. No contestó, se alejó lentamente dándole la espalda. Pero me insistió, me dijo que no fuera sin una respuesta.
Las olas mecían el barco como si quisiera hacer dormir a sus ocupantes. Al menos ella así lo creía. Le venía bien para hacer pasar el tiempo más rápidamente sin pensar en él. Cómo podía saber si sus letras en aquella carta, eran ciertas o simplemente eran fruto de su desesperación momentánea. Seguro no esperaba esa reacción de ella y por eso actuaba de esta forma. Pero sus formas no cambiarán por mí, por nadie. Cómo le habló al marinero: ¿No vengas sin respuesta!. Se piensa superior a los demás. A mí no me ha demostrado nada, pero y cuándo se apague la llama del amor, de la pasión.
No le des más vueltas, la decisión está tomada. Rumbo contrario al suyo, tiempo y distancia mejores medicinas para borrar las huellas de un desastre, se decía mientras observaba las olas romper contra el barco. El horizonte juntaba mar y cielo, empezaba a verse los reflejos de la gran estrella desperezarse. Había perdido la cuenta, debían de llevar más de medio día navegando. El salir al atardecer, el duermevela y los bamboleos la habían desorientado. Se acercó al borde para airearse, para desentumecerse, para ir preparándose para llegar a su nuevo destino…
Que te dijo, tronó zarandeando al marinero. Dime. No ha dicho nada. Tomó la dirección de un barco rumbo al gran continente. Pero ¿no leyó la carta?. Sí, yo le dijo lo que usted me dijo, pero su respuesta fue una triste mirada. Se fue hacia el barco sin decir nada, señor.
Prepara el barco más rápido que haya en la isla, tengo que detenerla. No se me puede escapar.Es lo único por lo que renunciaría a la vida...
Pusieron rumbo al gran continente a toda marcha, y un poco más si cabe. Tomo el timón y no dejó de azuzar a todo el mundo hasta que vio en el horizonte el gran transatlántico que portaba a su amada. Al menos esa era la noticia según le dijo el marinero. Y si se equivocó, y si finalmente no subió a bordo. Bueno, se dijo, no hay más maneras de saberlo que comprobarlo…
En el horizonte divisó un banco de delfines dirigiéndose a toda velocidad hacia ellos. Les seguía un barco a todo trapo. Los vellos de todo su cuerpo se le erizaron, las piernas le empezaron a desfallecer, su corazón subió las palpitaciones hasta parecer que iba salirse de su pecho. Entonces pudo distinguir una silueta al mando del timón. Inhiesta, desafiante, garbosa. Levantó su mano derecha haciéndole señas, y ella correspondió.
Les hizo poco menos que un abordaje. Corrieron para fundirse en un abrazó desconsolado. Soltaron amarras sus ojos y dieron rienda suelta al vendaval de lágrimas retenidas, de besos deseados, de promesas retomadas, de juramentos ante Neptuno. Se olvidaron de los demás, y de lo demás, disfrutaron de ese reencuentro, por sus interiores deseado…












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