viernes, 26 de noviembre de 2010

Magnífico…

Magnífico…
Es el final, es el desarrollo y es el entreacto, cúspide encontrada junta al deseo. Consecución del logro. Juntos.
Cantando un día de lágrimas cenicientas dejadas de la mano celestial para calmar la polvareda levantada al paso de las cuadrigas del sucedáneo de emperador de pacotilla.

Tras un cielo adornado de algodones grises y níveos, luce un sol de ceremonia. Logrando hacer rechinar los enseres de los portadores de la nueva señal. Un cálido rejuvenecedor rayo masajea nuestros rostros y evapora las gotas del rocío esparcido por nuestros cuerpos entregados.


Momentos idóneos para comprender el sabor del granate derramado por la victoria. Mereció la pena esperar.
Pueblos de siglos, pasados, nos enseñaron y huellas nos quedaron en forma de bellas residencias portadoras de sus espíritus. De su grandeza. De sus secretos. 
Excelsas escrituras en sus relieves, en sus ornamentos para darnos la enhorabuena. Es nuestro tiempo, hemos de saberlo llevar.
Hijos del gran emperador de su pueblo, su apodo ya tuvo. Hoy debemos de ser espeleólogos en sus indicios para poder llegar al nivel de Magníficos.
Mentira, corta tiene la escapada. 
Más rápido se mueve el falto de extremidad, pues seguro se siente, no como el falsario.
El tiempo blanco ha llegado, donde las manchas no tergiversan la pátina incolora que lustra nuestras fachadas.
Digámoslo sin miedos, dejémonos de espanto. Su tiempo ya pasó.

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